Con el advenimiento del Albertismo explícito que está existiendo en
la Argentina encuarentenada comenzaron los primeros que se la saben
todas, capaces de correr por izquierda o derecha según mande la
ocasión incluso al atleta más rápido.
Las frases más comunes son: que esta es una cuarentena para las
clases pudientes porque para comenzar con el axioma “quedate en tu
casa” primero tenés que tener casa, y en barrios de asentamiento
donde viven hacinados es mejor que la gente está caminando por la
calle de su barrio, que dentro de la casa.
Ahí corren por izquierda.
Que el cierre de la repatriación es una idiotez porque sólo van a
continuar en caso de fuerza mayor. Y para cualquier persona que
desea volver al país su caso es de fuerza mayor.
Ahí corren por derecha.
Que quien incumple la cuarentena no es el peor criminal del mundo, y
el hecho de escracharlos mediáticos es proponer una televisión con
canales buchones de un Estado policial.
Eso va de la mano con la última, que Alberto Fernández está
proponiendo un Estado policial pero con buenos fines. El peligro de
eso es que se enmascaran bajo banderas nobles un régimen
persecutorio.
Silvio Maresca, un filósofo que estudió mucho en ese sentido al
peronismo y fue director de la Biblioteca Nacional con Duhalde, y
unos meses con Néstor habla de la sacralización de algún concepto.
En su explicación, solemos pararnos en una dicotomía “Dictadura o
Democracia” y entonces en efecto se impone la democracia (al menos
desde su punto de vista). Pero lo que crea confusión es no poder
desprenderse nunca de esa elección. Como si el hecho de cuestionar
algún concepto de la democracia sería desestabilizador o que hace
desear la dictadura.
Entonces la democracia no se cuestiona, entonces se sacraliza la
democracia.
Ese es su ejemplo, que por más que pasó un tiempo sigue con
vitalidad en el presente. Mauricio Macri llegó por los votos, eso lo
hace en teoría y con muchas comillas ser un Gobierno democrático.
Cuestionar su integridad como demócrata es generar daño y ser
golpista.
Por más que maneje el país por decreto, que imponga jueces, que se
beneficie con las arcas del Estado o que se abstenga de mandar
iniciativas al Congreso. Es un demócrata y punto, porque alguna vez
enseñaron que democracia solamente se suscribe a la existencia de
elecciones.
No seas golpista, porque es eso o la dictadura. Si querés un cambio
gana en elecciones y dejá gobernar.
Esto era así, convencieron a una buena parte de la sociedad que era
así.
La sacralización de la democracia no permite que se pueda discernir
según las circunstancias.
Hoy el país está en crisis, ya no económica solamente sino también
sanitaria. No es el sarampión ni el dengue, es una enfermedad menos
mortal pero que genera mayor miedo. El Gobierno propone medidas
restrictivas que quizá no estén alineadas con quienes sacralizan la
democracia pero que es una forma de ejercerla, cuidando a los
ciudadanos.
En palabras de Juan Domingo Perón: "Si Dios bajara todos los días a
la tierra a resolver el problema planteado entre los hombres, ya le
habríamos perdido el respeto. Y no hubiera faltado un tonto que
quisiera reemplazarlo a Dios. Porque el hombre es así".