30/03/2020

Ni muy muy ni tan tan


Con el advenimiento del Albertismo explícito que está existiendo en la Argentina encuarentenada comenzaron los primeros que se la saben todas, capaces de correr por izquierda o derecha según mande la ocasión incluso al atleta más rápido.

 


Las frases más comunes son: que esta es una cuarentena para las clases pudientes porque para comenzar con el axioma “quedate en tu casa” primero tenés que tener casa, y en barrios de asentamiento donde viven hacinados es mejor que la gente está caminando por la calle de su barrio, que dentro de la casa.

Ahí corren por izquierda.

Que el cierre de la repatriación es una idiotez porque sólo van a continuar en caso de fuerza mayor. Y para cualquier persona que desea volver al país su caso es de fuerza mayor.

Ahí corren por derecha.

Que quien incumple la cuarentena no es el peor criminal del mundo, y el hecho de escracharlos mediáticos es proponer una televisión con canales buchones de un Estado policial.

Eso va de la mano con la última, que Alberto Fernández está proponiendo un Estado policial pero con buenos fines. El peligro de eso es que se enmascaran bajo banderas nobles un régimen persecutorio.

Silvio Maresca, un filósofo que estudió mucho en ese sentido al peronismo y fue director de la Biblioteca Nacional con Duhalde, y unos meses con Néstor habla de la sacralización de algún concepto.

En su explicación, solemos pararnos en una dicotomía “Dictadura o Democracia” y entonces en efecto se impone la democracia (al menos desde su punto de vista). Pero lo que crea confusión es no poder desprenderse nunca de esa elección. Como si el hecho de cuestionar algún concepto de la democracia sería desestabilizador o que hace desear la dictadura.

Entonces la democracia no se cuestiona, entonces se sacraliza la democracia.

Ese es su ejemplo, que por más que pasó un tiempo sigue con vitalidad en el presente. Mauricio Macri llegó por los votos, eso lo hace en teoría y con muchas comillas ser un Gobierno democrático. Cuestionar su integridad como demócrata es generar daño y ser golpista.

Por más que maneje el país por decreto, que imponga jueces, que se beneficie con las arcas del Estado o que se abstenga de mandar iniciativas al Congreso. Es un demócrata y punto, porque alguna vez enseñaron que democracia solamente se suscribe a la existencia de elecciones.

No seas golpista, porque es eso o la dictadura. Si querés un cambio gana en elecciones y dejá gobernar.

Esto era así, convencieron a una buena parte de la sociedad que era así.

La sacralización de la democracia no permite que se pueda discernir según las circunstancias.

Hoy el país está en crisis, ya no económica solamente sino también sanitaria. No es el sarampión ni el dengue, es una enfermedad menos mortal pero que genera mayor miedo. El Gobierno propone medidas restrictivas que quizá no estén alineadas con quienes sacralizan la democracia pero que es una forma de ejercerla, cuidando a los ciudadanos.

En palabras de Juan Domingo Perón: "Si Dios bajara todos los días a la tierra a resolver el problema planteado entre los hombres, ya le habríamos perdido el respeto. Y no hubiera faltado un tonto que quisiera reemplazarlo a Dios. Porque el hombre es así".
 

Por Rodrigo Marcogliese

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