Primero el ruido avanza, después se escucha el pique sobre el suelo,
y el último paso es atinar a pegarle a la pelota con la raqueta. Es
difícil explicar cómo juegan las personas con discapacidad visual,
porque la Asociación Argentina de Tenis para Ciegos no enseña a
competir usando la audición sino a sentirlo usando el corazón.
Un día como cualquiera de los que el profe Eduardo Raffetto caminaba
por el Centro Burgalés (Rivadavia 5764) tras terminar las clases de
tenis que aún sigue brindando, se le acercó una mujer para
preguntarle si sus hijas (quienes la acompañaban) podían ser alumnas
suyas. Eduardo bajó la vista hacia las niñas de 9 y 10 años, y notó
con sorpresa que ambas eran no videntes. Perplejo, no dudo en
aceptar la propuesta.
De esta manera, hace 7 años surgió la historia de la actividad en
nuestro país. El primer impedimento con el que se topó el profesor
fue la desinformación. El único resultado que encontró cercano al
tema en su búsqueda en internet fue en una página japonesa, y unas
semanas después de que Eduardo les enviara un correo en inglés a la
casilla de mails que había en la sitio web nipón, le llegó la
respuesta con el reglamento del juego.
Todos los miércoles desde las 14.30hs. hasta las 17hs el Centro
Burgalés provee de las canchas donde Eduardo junto a instructores,
colaboradores, y asistentes ofrecen las clases gratuitas, en un
ambiente de recreación e inclusión. Un lugar que respira
constantemente aires de superación.
Es el caso de Héctor quien no quería que le cuenten qué tipo de
golpe era el más conveniente cuando venía la pelota, porque quería
guiarse sólo. Y podía fallar una, dos, mil veces, y el número no
atacaba su espíritu de imponerse al problema.
Los jugadores, dispuestos uno en cada mitad de cancha y separados
por la red, ubican las dimensiones del terreno gracias a unas sogas
de 3 mm de espesor puestos sobre los límites que les permite pisar y
orientarse.
Las pelotas, un poco más grandes que una convencional, son las
pequeñas bolas de ping pong con municiones en su interior (lo que
las hace sonar como una maraca) y están cubiertas de goma espuma.
La disciplina cuenta con varias categorías y dependiendo de cual se
juega es si la pelota puede picar 2 o 3 veces en la cancha propia.
Sin embargo, aunque tomen las clases un buen número de alumnos que
con sus vivencias y diversión sirven de empuje para seguir con el
programa de Tenis para Ciegos, se hace cuesta arriba el trabajo de
los profesores quienes hacen todo a pulmón. Cada logro
institucional, es un progreso que se celebra por partida doble: por
un lado porque registra un avance, y por otro porque facilita la
visibilización de la actividad.
Paradójicamente, al Tenis para Ciegos le falta visibilidad. No del
alumnado, sino de las autoridades, o gente con ganas de ayudar para
facilitar las condiciones de clases. Chicos que viajan horas en
colectivo para llegar al club, capacitadores que no tienen un
sueldo, material didáctico que se repone del bolsillo de los
educadores.
Las puertas del complejo están abiertas para que todos podamos ser
parte de un proceso que reúne la inclusión, la recreación, la
superación, y el deporte. El programa cuenta con el sitio web
www.tenisparaciegos.org . Cómo comenzó esta nota, al
igual que el tenis, es una vivencia que puede contarse con palabras
pero debe sentirse con el corazón.