Existen calles extraídas de otro
mundo, extrapoladas de otro lugar y que emergen en nuestra comuna
como parte de relatos literarios, en este caso el singular pasaje
Trieste y la calle Boeri.
El pasaje Trieste debe su nombre
a la famosa ciudad independentista y cosmopolita del norte de Italia
ubicada frente al Mar Adriático, que tuvo un gran valor estratégico
durante la Guerra Fría. Aunque su extensión aproximada es de una
cuadra y media.
Casi todas sus casas son de una sola planta y en toda su extensión
no hay edificios. Basta un auto estacionado para hacer imposible el
tránsito. Tiene aroma a barrio y una atmósfera tranquila: allí casi
no se conoce el ruido de motores y bocinas.
Nace en la calle Tupac Amaru y forma cuatro esquinas en el cruce con
la calle Boeri. Termina pocos metros después en un cul-de-sac, aún
más angosto que su cuadra anterior.
Paradójicamente este final sin salida se ha ganado la única mención
literaria del pasaje que ha llegado hasta nosotros: Alejandro Dolina,
en su fantástico relato “Los amantes desconocidos”, escribe con su
melancólico humor:
“El ingreso a Amantes Desconocidos de un grupo de redactores
humorísticos y malévolos provocó una serie de catástrofes que
marcaron al decadencia de la Sociedad.
Estos profesionales, que perseguían únicamente la diversión
personal, empezaron a enviar cartas a damas casadas y a urdir toda
clase de intrigas chuscas.
De este modo consiguieron que la Sra. Aurora B de García Vassari se
presentara a las cuatro de la mañana con una vela en la mano en el
fondo del pasaje Trieste”
Por su parte, la calle Juan A. Boeri, para muchos un pasaje, se
extiende desde la calle Gral. César Díaz en dirección sur hasta la
calle Remedios Escalada de San Martín. Su único cruce es con el
Pasaje Trieste, y tiene solamente dos cuadras.
Según dos publicaciones, recibe su nombre en honor del Dr. Juan A.
Boeri, médico y farmacéutico italiano. La primera cuenta que ingresó
a la Argentina a los 14 años y da como año de nacimiento 1874, y de
fallecimiento, 1924. “Durante más de 30 años fue concejal del barrio
de Flores donde se encuentra la calle que lo recuerda. Colaboró
durante la epidemia de fiebre amarilla y curó a los heridos de la
revolución del ‘80”. La segunda amplía algunos datos “Nacido en
Italia, el 19 de agosto de 1889 fue designado catedrático de la
asignatura farmacia como profesor titular de Farmacognosia. Antes de
fallecer en 1914, es nombrado profesor honorario. Fue figura
patriarcal del barrio de Vélez Sarsfield, fundó sociedades
italianas, fomentó la educación popular y protegió al desvalido.
Lamentablemente la quinta en la que habitaba la familia, rodeada de
un frondoso parque, que se llamaba ‘Las golondrinas’ fue demolida en
1950”.
Existe una medalla alusiva al Dr.Juan A. Boeri en la Biblioteca
Digital de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos
Aires, emitida en 1924, La pieza circular de bronce, que lleva en el
anverso la imagen del Dr.Boeri, confirma en su reverso las fechas
del natalicio y muerte de la primera publicación. Las de la de
segunda, además, le dan un tiempo muy corto de vida para tan
distinguida carrera, apenas 25 años, cuando en realidad vivió unos
75.
Por una publicación alusiva al 150º aniversario de la creación de la
Facultad de Farmacia de la Universidad de Buenos Aires sabemos que
su nombre completo era José Antonio Boeri. El trabajo cuenta que “en
1889 por jubilación de Martín Spuch se nombró a Juan A. Boeri en
Farmacología, italiano de origen, hombre de humilde nacimiento, pero
de grandes cualidades e inteligencia. Se recibe de médico y debido a
sus esfuerzos y empeño reorganiza e inicia, con el maestro Irízar,
la época moderna de la Escuela de Farmacia”. Agrega que se jubiló en
1913.
La calle no es tan estrecha como el Pasaje Trieste pero conserva su
misma esencia. Hay muy pocas casas de dos pisos; el resto es de una
planta.
Una ex-vecina, Susana Neve, nos cuenta “viví en el pasaje Boeri, en
una pensión familiar llamada El Universo. Allí conocí gente muy
original, venida de diferentes horizontes: alemanes, españoles,
italianos, etc.”.
La leyenda cuenta que en la esquina de Boeri y Trieste vivía
Pinuccio Minotti, recordado como “el poeta que murió de amor”.
Este inmigrante piamontés estaba enamorado de doña Victorina, una
vecina que vivía en “El Universo”. Como en la pensión estaban
prohibidas las visitas, él la veía en la pizzería “La Esponja”, de
la calle Segurola. Todos los martes Pinuccio se sentaba en la misma
mesa, junto a una pared color verde pálido. Allí tomaba una
servilleta de papel donde escribía un breve poema de amor para doña
Victorina. Ella llegaba, lo miraba, se sentaba y pedía un café.
Luego de media hora en silencio, ella se retiraba. Desde luego
ocupaban distintas mesas y el jamás se animó a entregarle ninguna de
sus poesías. El día que Victorina no apareció más, Pinuccio se
enfermó de pena y murió semanas después. Se cuenta que un ángel
(quizás un vecino) encontró decenas de servilletas escritas en casa
de Pinuccio. Conociendo los sentimientos del poeta italiano, cada
semana le daba una propina al encargado de la pensión para que
dejara un poema en la mesita de luz de doña Victorina, que murió
sola y anciana releyendo durante todos los años siguientes los
poemas sin saber quién era el autor.